
Jaque al Pastor
Cuando joven, mi padre me enseñó a jugar ajedrez cuando tenía aproximadamente seis años, me pareció un juego difícil de entender porque en ese primer partido me la pasé preguntando cómo se movía cada pieza una y otra vez, pero mi papá fue paciente y me regaló una victoria en mi primer juego de ajedrez.
Pasados unos días, mis padres vieron en mí cierta habilidad al jugar ajedrez así que me inscribieron en un curso de ajedrez en la Casa de la Cultura de la ciudad donde habitábamos, era como cualquier niño promedio que juega ajedrez, me aburría, me ponía a hacer torres con las piezas para ver cuántas podía apilar de manera vertical, buscaba pretextos para salirme a pasear por largos y altos pasillos con suelo de mármol y todas esas cosas que un niño a mi edad podía hacer para pasar la hora de clases de forma más amena que estar encerrado en aquel salón. Pero tenía una diferencia con todos los demás niños que iban en aquel curso; yo no perdía ninguna partida de ajedrez.
Esto llamó la atención del profesor de ajedrez, pero de una manera tranquila, ya que tampoco se debe sorprender de que la mayoría de sus alumnos fueran pésimos jugadores y simplemente estaban ahí ya que mantenían en sus padres una leve esperanza de que no eran retrasados mentales. Cualquiera que haya sido la razón, me puso a jugar 3 partidas simultáneas con los que parecía que eran los que tenían menores daños cerebrales. El resultado fue una derrota y dos victorias… realmente me molestó esa derrota ya que fue por descuidos míos y falta de concentración. El profe me mandó a decirle a mis papás que me transferiría al grupo intermedio de ajedrez donde iban adolescentes y mis papás se sintieron orgullosos pero dejaron que mi miedo no me dejara avanzar más; realmente sentía miedo y estrés de estar con personas mayores que yo, además de que no iba a poder jugar por los pasillos con niños de mi edad. Seguí en mi mismo horario y salón una semana más hasta que me aburrí de resolver ejercicios de ajedrez que me ponía el maestro y entonces dejé por muchos años el ajedrez.
Fue en el último año de primaria, cuando tenía 12 años, que me inscribieron a un “divertidísimo” torneo de ajedrez en el cual quedé como subcampeón ya que no supe jugar contra reloj, siempre me ha estresado ya que lo sentía como mi verdadero rival y faltando pocos minutos comencé a cometer errores por la presión que el tiempo me provocaba y me convertí en el perdedor mejor posicionado del torneo. No fue una gran cosa… Pero aprendí algo que me sigue sirviendo aun hoy en día y que considero una gran virtud que algunas personas me han dicho que (a veces) aprecian en mí: la Paciencia.
Pasó un año más sin que tocara un tablero de ajedrez hasta que llegó el torneo escolar, lo gané, no fue gran cosa. Al los dos años volví a inscribirme en el torneo y resultó un poco más interesante. Un dato curioso es que la primer partida de ese último torneo fue contra el campeón del torneo en el que no había participado, fue una partida de mucho ruido ya que era el hijo de una de mis maestras y decían que me dejaría ganar para sacar 10 en la materia, otros decían que era una final adelantada en la partida inaugural del torneo y no recuerdo que otras cosas habían inventado respecto a esa partida llena de morbo. Lo que les puedo contar que recuerdo, es que estaba contento porque pensé que sería una partida épica e incluso inventaron que la maestra dejaba más tarea de lo normal para que yo no pudiera practicar en casa para esa partida inicial. La verdad es que yo nunca había jugado ajedrez en casa, podría apostar que hasta hoy en día no he jugado más de 40 partidas de ajedrez completas a lo largo de toda mi vida y la mayoría de esas partidas han sido en esos 3 torneos.
Volviendo a la historia… la partida fue lo más decepcionante que puedo recordar, ataqué desde la primer jugada y así fue hasta que gané la partida, después de haberle comido solamente un peón la siguiente pieza fue su rey (no, no fue jaque al pastor pero fue como a la 15va jugada o un poco antes). Algo interesante que noté hasta la final del torneo fue que, a lo largo de todas las partidas, solamente había comido una pieza: aquel peón de la primera partida que me había dado ese primer triunfo.
A esos 14 o 15 años de edad me di cuenta de otra cosa sumamente importante en la vida: la Información, y no solo la información, si no el cómo emplearla.
Hasta ese día había ganado la mayoría de las partidas debido a una pequeña razón, en cada partida jugaba contra yo mismo y de esa forma sabía que movimiento harían y me anticipaba ganando así un movimiento; es decir, si tenía la oportunidad de comerme una pieza del contrincante, por ejemplo un caballo, alfil o reina, simplemente no me lo comía, dejaba mi pieza amenazando la suya y movía algún otra que me pudiera servir para atacar a mi objetivo que siempre era el rey, ¿qué pensaban mi rivales en ese momento?
1.- Estoy jugando con un pendejo que no se comió mi reina jajajaja de seguro no sabe jugar el pobre diablo. (Primer error, subestimarme)
2.- Moveré mi pieza a otro lugar en mi siguiente turno antes de que el imbécil se dé cuenta del error que cometió. (Segundo error, perdía uno o dos movimientos al esconder su pieza)
3.- ¿Qué habrá hoy de comer en mi casa? Ya tengo hambre (Tercer error, distraerse)
Obviamente yo ya sabía lo que haría, y mejor aun, él no sabía que yo lo sabía. Entonces podía hacer movimientos que no se esperaban y por eso terminaba las partidas sin llevarme un botín de piezas. Cada jugada que hacían mis rivales yo ya las había pensado por ellos, incluso en algunas ocasiones llegué a sacrificar piezas con tal de hacer que hicieran el movimiento que yo quería que hicieran. A la vez de que ganaba, perdía cada partida ya que yo era mi propio rival. Y así fue como le di un valor tan grande a la Información.
Para la final de ese torneo tuve que cambiar mi estilo de juego ya que aquel ha sido mi mayor rival hasta la fecha y él fue quien propuso el juego desde el inicio y era, contrario a mí, demasiado agresivo y poco sutil, comía cuantas piezas podía comer y aun así no podía leer sus erráticas jugadas. Realmente veía venir mi derrota cuando entonces, una pequeña voz en lo más recóndito de mi cabeza me dijo… -Luke, usa la Fuerza…- pero no le hice caso, volví a lo básico y emplee lo que ya había aprendido en aquel primer torneo que perdí, usé la Paciencia.
Me aproveché de que no había reloj y cada jugada la penaba por lo menos 10 minutos antes de realizarla, cuando ya la había pensado lo suficiente acercaba mi mano a una pieza como si fuera a jugar y entonces la retiraba y volvía a empezar a pensar, con eso pude hacer que mi rival pensará más y lo agotaba más rápido, ya que la pieza que fintaba que iba a mover nunca era la que terminaba moviendo pero él tenía que explicar en su cabeza cual era la razón por la que yo había querido jugar esa pieza. Recuerdo la mirada de aquel ajedrecista como preguntándose: "¿Por qué carajos querría mover esa pieza?".
Y así pasé cerca de 4 horas con un rival mentalmente mermado por el cansancio y aburrimiento y que comenzó a cometer errores que no le perdoné en el tablero =)